lunes, 2 de agosto de 2010

"Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes."

La noche siempre fue larga, noches sin lunas, noches sin luz. La neblina tétrica abrazaba aquel el bosque de desaciertos y desesperanza, las nubes se hacían dueña de las estrellas, estrellas que mis ojos nunca pudieron ver…ni sé si existieron antes.
Un sonido sordo escuchaba, un silencio que jugaba al escondido entre la maleza… me decía, que el día nunca volvería, nunca vería el color de un clavel, ni el azul del mar; llegué a conformarme con mi destino viviendo interminables horas de oscuridad, de frías noches maldiciendo el día en que nací… ¿o el día en que morí?
De pronto, una eternidad después, lo que parecía imposible sucedió… unos rayitos de sol se asomaban sobre el horizonte, el cielo se manchaba de colores cálidos, y mi corazón empezaba a calentarse…el frio se alejaba, la sangre encontraba su camino, su aurora pintaba mi espíritu de rojo carmín y naranjas, algunas medias…enteras.
Sentí los rayos tocar mi cuerpo, estremeciendo mi interior, nunca había visto un sol tan hermoso, nunca había sentido un sol tan cálido y agradable; era como despertar de aquel letargo del que fui víctima por una, dos o tres eternidades…sin saber de la existencia de ese sol, que hoy ilumina mi alma, mi corazón, mi interior, mi mundo.
Un mundo a oscuras desaparecía ante mis ojos, mientras un arcoíris abría paso a través de las nubes, y ese azul inimaginable, como destellos de luces, hoy acarician el mar, colorean el cielo…unos le llaman día, yo le llamo amor.

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.Frase de Khalil Gibran (1883-1931), poeta, pintor, novelista y ensayista libanés.